Hace un puñado de entradas os prometía que no volvería a hablar de la situación económica del país mientras ésta esté ahogando a tantas personas. La realidad es que hoy voy a romper mi promesa, al menos parcialmente, no pretendo hablar de las políticas fiscales que lleva a cabo el Gobierno ni las monetarias que se reclaman al BCE, tampoco quiero ahondar en sus efectos ni destapar la cara más amarga de esta crisis, la que tiene nombre de niño, la que inexorablemente se encontrará con un futuro negro.
Hoy quiero hablar de conducta y sociología.
Todo comenzó un día de verano en que, como en tantas otras mañanas de agosto, me encontraba en la piscina municipal disfrutando de los rayos de sol más vivos y profundos del estío, del agua y el baño, de la calma de un buen libro bajo la sombra de un árbol. Disfrutando del placer de la desconexión. Tumbado en la parcilla con la mirada perdida en el cielo, escuché sin pretenderlo la conversación entre un bañista de mi pueblo y otro alemán. La conversación versaba precisamente sobre la coyuntura político económica que atraviesa el país y su desencadenante europeo. La realidad es que el hombre de mi pueblo se las daba de entendido, y como quien no quiere la cosa vaticinaba la caída de Alemania, la Unión Europea y hasta Estados Unidos. Quiero pensar que se refería a una caída de su GDP (PIB). Ante la erudición del caballero, el alemán y yo quedamos igualmente contrariados, cómo podía un hombre de su altura intelectual estar chapoteando en una piscina de pueblo, en lugar de participar con su conocimiento y su predicción en los gabinetes de Rajoy y Rubalcaba.
Parece que el buen hombre, no quedó satisfecho con la clase magistral de economía acuática sino que al día siguiente lo vi rodeado de un grupo de parroquianos con quienes debatía acerca de la mala educación de los jóvenes de hoy y los problemas que atraviesan nuestras aulas.
El hombre no es economista y hace mucho que no pisa un colegio o escuela, sin embargo, siente la autoridad moral de compartir sus impresiones con el resto, lo que ha ido oyendo de aquí y de allí, lo que no ha visto pero alguien le ha contado, porque el hombre no necesita conocer ni contrastar demasiado para ofrecer todo lo que lleva dentro en sus seminarios, eso sí, de chancleta y flotador.
Respeto la libre expresión, allá cada cual, pero hay ciertos espacios y momentos, uno de ellos es la piscina y el relax que por definición me tiene aparejada, en que no puedo tolerar conversaciones tan recurrentes y pobres como aquellas con las que el hombre pretendía comulgáramos.
En realidad su teoría del "dominó" no es nueva, la ha podido escuchar desde que comenzó la crisis con los primeros avatares en la decadente Grecia. Aquella que postulaba que la vehemente interrelación económica, política y social del continente (expansible a todo el mundo occidental) acabaría repartiendo los resultados de la crisis por todos los estados europeos, que como piezas de dominó, irían cayendo uno a uno, arrastrados por la inercia del movimiento. Trágica consecuencia de la comprensión de un mundo globalizado.
La teoría no es mala, pero está incompleta, deducir que la situación española (azotada por un desempleo que duplica al de la eurozona y la UE) es consecuencia reconducible a la tragedia griega me parece irracional, al menos si se piensa desde la exclusividad del curso causal, desde luego es cierto que el aumento del riesgo soberano se incrementa por las previsiones especulativas de los inversores, pero los fallos sistémicos que todavía arrastra nuestra economía son anteriores y, hoy por hoy, más preocupantes.
La cuestión, volviendo al piscinero (que me está haciendo la entrada) es que desde que empezó la crisis económica, en el lejano 2008, la sociedad ha visto alterar su rol incorporando ahora una mentalidad de reproche, que se abre camino entre la amargura y la responsabilidad social. Desde que empezó la crisis todo el mundo tiene un pequeño "sabelotodo" dentro que le dice lo que debería haberse hecho antes de llegar a la situación actual, un sabelotodo que le permite debatir acerca de temas que le son del todo ajenos y de los que apenas si conoce sus nombres (prima de riesgo, deuda soberana, déficit público, inflación...). El problema no está en que la gente quiera participar en la economía (ello es muy sano) el problema es que no se preocupan por formarse para tener conocimientos amplios y objetivos, el problema reside en que la mentalidad del reproche no es constructiva, no persigue soluciones sino culpas.
Así bien, siento que hemos perdido el valor del silencio y de la escucha. Que seamos libres de expresión, no nos despoja de la racionalidad para discernir las cuestiones en las que podemos participar con coherencia. Es el valor de la persona que cultiva su conocimiento y no habla por hablar.
Fotografía de Vivian Maier |
¿Dónde hemos guardado el gusto por lo sencillo? Las conversaciones de cafetería (quizás también las de piscina) gozaban antes del sabor al reencuentro y la confidencia, de inquietudes personales y mundanas, parcelas tan alejadas al rumbo gris de la economía. Compartiendo meriendas de nostalgia y reflexión en que sin mediar palabra se cruzan miradas ensordecedoras.
Hoy me encuentro desolado en un país de sabelotodos (probablemente yo he sido el primero con esta entrada) que, a toro pasado, despliegan un sainete de opiniones en que la trama es España. Rayando el esperpento descubro que todos están ciegos, yo el primero, no hay sabelotodos, hay sabelo-nadas.