by Jesús Morales Serrano... Con la tecnología de Blogger.
miércoles, 20 de agosto de 2014

¿Y quién más?

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El punto de partida se escribió en la noche del 25 de mayo. Duraban todavía la resaca y las lágrimas de la final de Champions cuando Sáenz de Santamaría ordenaba sus papeles al tiempo que anunciaba los peores resultados de los partidos mayoritarios, popular y socialista, en su recorrido democrático.

Podemos no ganó las elecciones esa noche, perdió de hecho, pero la conquista por un partido constituido hacía cuatro meses de más voto que UPyD y casi tanto como la Izquierda Plural derivó en una lógica sensación de triunfo y en la captación de los focos que el partido aún no había levantado en campaña, se dio publicidad a lo que, como demostraron las urnas, ya era mediático. Y aunque el histórico resultado siga prestándose a múltiples lecturas (el giro a la izquierda, la represalia al bipartidismo) es símbolo inequívoco del hartazgo del soberano, el llamado a decidir. 

Encuentro paradójica la situación que ha alcanzado España, desconozco su semejanza con otros países del entorno, aquí y ahora los ciudadanos se están aislando de manera consciente del grupo de políticos que, por vehículos tan obscenos como la corrupción, se erige en “clase” (algunos ahora dirían casta) en lugar de reivindicar más Política. Y cae la sociedad en la paradoja, sí, porque para el observador la relación que las vincula es con la mayor frecuencia de absoluta simetría. La política es el espejo en que se mira el pueblo y lo es también cuando acusa desperfectos, complejos y vergüenzas. Política y sociedad son dos caras de un mismo cuerpo, trasciende a la vaga y superficial idea de la representación en una muestra de ciudadanos que salen de las urnas por la voluntad de la mayoría, es mucho más profundo, finalmente se trata de una cuestión de supervivencia: la política desaparece si no es como forma de organización colectiva y la sociedad se destruye sin política.

Las opciones antisistema, como Podemos, Cinque Stelle o Front National, no dejan de ser legítimas pero también oportunistas, en tanto se acomodan en la honda frustración del pueblo con un modelo que, si algún día le gustó, le ha desencantado. Estos partidos son el frágil refugio en que esconder la autofrustración con lo que todos, también sus votantes, construimos a diario.

El exiguo margen de diferencia del PP que convertiría a Arias Cañete en vencedor por la mínima de las europeas, permitió al impertérrito Rajoy mantener inalterada su hoja de ruta. Más acertado, el SOE hizo una lectura crítica del descalabro encabezado por Valenciano y forzó una crisis interna, el error en mi opinión (la encuesta de Metroscopia para El País opina lo contrario) descansa en perseguir a Rubalcaba como principal responsable del fracaso electoral. Asistir al lamentable espectáculo del magnicidio socialista reaviva los temores acerca de la fallida interpretación que hace el Partido de la voluntad popular, pienso que el problema nunca ha radicado en Rubalcaba, quien es por cierto un gran político, y si lo convertimos en un debate de edades nos habremos convertido o nos habrán tomado definitivamente por estúpidos.

Cuando escribí “Chacón, Rubalcaba y la deriva socialista” estaba por ver qué persona estribaría el PSOE a un proyecto de país que ilusionara al pueblo. El triunfo del primero por un puñado de papeletas no satisfizo a buena parte de los simpatizantes de Chacón que exigieron casi desde el primer día la convocatoria de primarias abiertas, propuesta muy interesante pero que demuestra que nunca supieron ni quisieron asumir la derrota.

Así pues y tras dos años de la secretaría frustrada de Rubalcaba, Pedro Sánchez se impone a Madina y Pérez Tapias en otro Congreso espectacular, también más abierto, en el que para los más críticos no ganaría la democracia sino la voluntad de Susana Díaz y su poderosa federación a favor de Sánchez, otra forma de decir que quien gobierna en la sombra es la presidenta de la Junta de Andalucía. El riesgo del PSOE no es el de convertirse en un partido regionalista andaluz, en eso ya está, la crisis es acabar reducido a cenizas de historia y olvido como puede haberle ocurrido al PASOK griego. Confundir objetivos es, en este escenario, particularmente delicado y priorizar el medio, la victoria en los próximos comicios, al fin, la elaboración de propuestas solventes, resulta inadmisible.

"Fading Beauty" de Kyle Beatty
Como decía, en escena aparece Pedro Sánchez. El nuevo líder de los socialistas reúne características que lo presumen capacitado para la tarea: trilingüe, doctor en economía, profesor universitario… y aunque su discurso, más vehemente que lúcido, no sea el de su antecesor convencen su carisma y notable belleza. Si seguimos con cierta frecuencia la actualidad informativa veremos que por lo demás los cambios son discretos: propuesta federal, lucha contra los recortes, refuerzo a los derechos sociales. Por lo que la marcha de Pérez Rubalcaba, más que un impulso a la entrada de nuevas ideas, ha sido un lavado de imagen.

Y ni siquiera.

La madrugada del martes 29 de julio se hizo pública la conformación del nuevo Comité Federal. Aquel listado de nombres me ofendió personalmente, tras descubrir algunas caras que por incompetencia y clientelismo personifican la debacle del PSOE, sentí violada la noción de la igualdad de oportunidades en que creo y por la que peleo a diario, especialmente predicable en el corazón de los partidos políticos por estar llamados a gobernar.

La igualdad de oportunidades no puede limitarse al libre acceso a la educación pública para quien no pueda costearla, debe extenderse a que nadie pueda (siquiera en la cosa pública) aspirar a más recompensa que la que resulte de su esfuerzo personal, al triunfo de los mejores. En esa lucha incansable es hiriente y quebranta los valores en que se apoya nuestra democracia el meteórico ascenso de los amigos con carné. Desde aquel momento todos los mensajes que había escuchado y había de escuchar del nuevo secretario general quedarían manchados de una pátina de vacuidad, un más de lo mismo.

Aquella lista llenó además mi cabeza de un montón de preguntas inquietas que luchaban por encontrar respuesta: ¿Cómo es posible que un líder formado que ansía la renovación del país apueste por personas cuyo amortizado perfil político está colmado de ineptitud? ¿Disponen de la profesionalidad mínima para ganarse la vida de otro modo? ¿Cómo puede seguir el PSOE de Pedro Sánchez apostando por la amistad antes que por la capacidad? ¿Cómo se mide en grados de simpatía? ¿Por qué insultar de un modo tan zafio la inteligencia del simpatizante socialdemócrata? 

No fui capaz de contestar a ni una sola de esas preguntas mientras miraba atónito el desangramiento de un partido famélico cubierto de sanguijuelas que se niegan a marcharse y a las que nadie purga, y que con ciento cuarenta años de vida, otrora idea brillante del primer Pablo Iglesias, se levanta hoy en confortable nido de ratas.

Y en el fondo siento profunda pena por Sánchez, al que sinceramente valoro. El retorno de los personajes de ultratumba (no hubo retorno porque nunca se fueron) fue una decisión que tomaron por él, le vino impuesta, y cuando se marche por la misma puerta que Alfredo será otro quien prepare la guillotina oxidada de las crisis del PSOE en un nuevo espectáculo magnicida. Su verdugo no será ninguno de esos personajes a quienes no he querido llegar a nombrar, por quien la sociedad siente vergüenza y hasta miedo de la política, por quien deja de mirar con respeto al que debiera ser su reflejo; ellos estarán cobijados a la sombra de algún amigo, como ha sido siempre, esperando que llegue el momento para cobrar sus favores y recuperar los cargos que con esfuerzo, capacidad y entrega no pudieron ganarse, y lo que es peor: lo harán en el buen nombre del Partido Socialista. 



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sábado, 26 de julio de 2014

Tiempos modernos, viejas respuestas.

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Por Oriente corrieron raudas las voces que anunciaban la abdicación de Juan Carlos en su hijo Felipe. Meses antes, frente al palacio que había de ver la tranquila marcha de un monarca y la llegada de otro, paseaba yo, invariablemente, en mañanas frías de abrigo largo y turista ensimismado, en el camino que me llevaba a las prácticas en el Tribunal Económico Administrativo de la ciudad. No sospechaba mientras observaba en silencio el edificio más majestuoso de nuestra historia monárquica (obviando El Escorial) el evento que estaba por llegar; si entonces hubiera caído en mis manos el titular de los diarios del diecinueve de julio hubiera conjeturado la muerte del Rey. 

Siempre he sido fan de aquello de "El rey ha muerto, viva el rey" porque en sólo siete palabras se explica mucho mejor el sentido de la Monarquía que con una infumable cadena de argumentos. La Corona es un producto histórico que pelea por sobrevivir. Y el Rey Felipe es el mejor ejemplo.

El nuevo monarca, a diferencia de su predecesor, no necesita cuidar su cercanía, es cercano, tampoco enumerar sus éxitos profesionales, está bien formado, y desde luego no se refugia en la campechanía ni el protocolo porque es educado. Sin embargo, Felipe posee un aval constitucional mucho más amortizado que el de su padre por cuanto la soberanía popular es mutable.

Yo no creo, como defendió el grupo de Cayo Lara, que cupiera refrendar la proclamación. Lo cierto es que nos hemos dado un marco jurídico con pocos atajos y escaso margen de democracia directa, se escucha poco a la gente que muy a menudo no pone interés en ser escuchada. Cosa distinta hubiera sido preguntar al pueblo su forma de Estado preferida en el contexto de un debate constitucional, del que ahora se habla tanto, comprometiéndose los grupos parlamentarios a acatar la opción mayoritaria. Eso sería en mi opinión lo más respetuoso con el pueblo, con las Constituciones derogada y promulgada y daría un nuevo sentido a la jefatura del Estado, hoy poco más que simbólica.

En su simbolismo descansó también la crítica por la falta de ejemplaridad de los miembros de la Familia comenzando por el Rey emérito. Como éste es debate rodado y porque además considero que cada persona es responsable exclusiva por sus actos y no por los de su hermana, padre, cuñado o vecina, me limito a acuñar una reflexión: se equivoca Rajoy y se vuelve a equivocar Gallardón, esta vez con la fiscalía, tratando de hacer la defensa de la exinfanta para salvar la imagen de la Corona. En términos estratégicos (vaya por delante que no prejuzgo culpabilidades) nada mejor podría pasar al reinado de Felipe VI que el que su hermana lo viera desde la cárcel. La sociedad entendería que con él la división de poderes y la independencia del judicial no son una quimera.

(...)

 La fiesta de su cortejo fue objeto de un consenso oficial y hasta cierto punto artificial en que todo quedó medido al dedillo, respondieron los grandes partidos y medios de sensibilidades diversas, dejando poco a la imaginación y al debate; ni tan siquiera la improvisada aparición de líderes internacionales estaba permitida en una jornada de Corpus en que todo debía emular la idea de la mar en calma. La brisa monárquica es extraña al más demócrata; aparcando la absurda idea de que la República es una institución reservada a la izquierda perderíamos el tiempo discutiendo que la elección por naturaleza y apellido obedece a la voluntad ciega del pueblo. 

La cuestión se resuelve de un modo mucho más pragmático y funcional que estético y teóricamente democrático, la monarquía que sucedió a la Constitución del 78 satisfizo un objetivo de manera notable: el de la convivencia pacífica. En este sentido, la privación de la jefatura del Estado ha sido y es un regalo asumible a quien debía apoyarla: el ejército que sustentaba al régimen y que ayer lanzaba salvas en honor al rey saliente y al proclamado.

El ornato, la fiesta, el vestido, la manifestación y todo lo demás es sencillamente circunstancial.



Palacio Real de Madrid.

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domingo, 30 de marzo de 2014

¿El final de una España es el principio de otra?

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   Volvía el mal tiempo a Madrid. Después de unos días espléndidos, preludio de primavera, la radiación del sol empezó a desteñir ante el rubor de las nubes y el viento. Siempre he creído (y no es cierto) que a la muerte le gusta ir de la mano de la lluvia, quizás es porque a mí sí me gusta la lluvia, la percibo sensata, y creo que desenlaza con retórica dignidad la vida humana.

   Fue a las doce del mediodía más o menos, estaba sentado frente al televisor esperando impaciente el sorteo de la que, según los medios, sería la mejor Champions de la historia. Los ochos equipos de fútbol que se reunían en cuartos aparecían como lo más granado del continente europeo por haber llegado a ese escalón de la competición como cabezas de sus respectivos grupos y, entre ellos, el Atlético de Madrid del Cholo Simeone me va reconciliando con ese deporte humilde, de domingo por la tarde, que nunca debió erigirse en Midas ni en cómoda morada de la ignorancia popular.

   Debió ser la pulsación de un tuit la que en cuestión de segundos inundó mis ojos con un torrente de información acerca del estado terminal de Adolfo Suárez. 

   48 horas, ése era el miserable plazo de vida que restaba al primer Presidente de la Democracia en la mediodía del viernes según el equipo médico de la Cemtro. Su hijo Adolfo, conteniendo el llanto, narró el curso de los acontecimientos y concluyó diciendo sentirse feliz viéndole sonreír por última vez. Y es que no hicieron falta funerales, honras, cortejo ni bautizos para resultar conmovedoramente humano, puede que nunca nadie organice públicamente una mejor despedida a su padre que la que le brindó aquel día su hijo.

   En ese momento vino a mi memoria una noticia que creí haber leído en el diario El País esa semana y que traté de reconstruir mentalmente acerca de su último ingreso hospitalario. Hacía mucho que no se escribía nada sobre la enfermedad degenerativa que hizo de él un ser frágil hurtado de los recuerdos de cuanto había hecho y había sido. La muerte de Franco, la entrada en vigor de la Ley de Partidos, los atentados de Atocha, la legalización del PCE, el "puedo prometer y prometo", las primeras elecciones democráticas, la Constitución, el terrorismo de la ETA y los GRAPO, los grandes acuerdos de Estado, su dimisión, el golpe, el CDS, su adiós... volutas de humo desprovistas de significado para su protagonista Hay quienes afirman que el Presidente murió el día en que lo hicieron su mujer y su hija y que el Alzheimer llegó como un mecanismo de rendición y rebeldía.

   Quizás Adolfo Suárez no fuera tan gran político cuanto magnífico constructor. Ideó y edificó los cimientos de una democracia inmadura tras haber sido arrasada por la guerra y la dictadura. En el tiempo convulso de una España con miedo y aún acallada por los retraimientos morales de la represión y la censura, él alzó la voz con la fuerza que le daba ser el elegido por el Rey (en su auténtica hazaña como Jefe del Estado) y por el pueblo para decir lo que nadie podía y representar con orgullo el tiempo de cambio, pues ni siquiera el monarca en esto de la legitimidad se asemejaba al otrora Secretario General del Movimiento.

   El problema de los proyectos acabados es que uno nunca sabe cuánto van a dar de sí. Por definición todo lo que nos rodea es finito, lo era el inspirador de la Carta Magna y seguramente lo será también su obra aun cuando formalmente se inspire en la idea de perpetuidad. La evolución social que hemos vivido en los últimos cuarenta años no tiene parangón histórico, el desarrollo de una ciudadanía mejor formada, con un constante acceso a la información y la cultura, la composición de sociedades multiculturales que reniegan vivir de espaldas al mundo y que necesariamente se impregnan de las corrientes de pensamiento y comportamiento que circulan por la Tierra, supone que los instrumentos jurídicos de organización social que eran válidos en los años de la Movida probablemente no lo sean en el de las Nuevas Tecnologías. Somos más, estamos más formados y tenemos diferentes inquietudes, temores y reflexiones. A diferencia de lo que ocurría entonces nuestra vida en comunidad se exhibe mucho más necesaria que peligrosa, hemos aprendido a trompicones qué es el respeto y, derogado el lenguaje dogmático, la mayoría de los dilemas morales se explican casi por completo en la esfera de cada individuo. Con todo, Europa sigue acarreando viejos lastres del XIX y a menudo se despierta enmarañada en el debate transfronterizo, por cierto bajo la apariencia de un humanitarismo impostado.

   Me atrevo a pensar que España no salió de la transición con la llegada al poder de un gobierno socialista ni con el fallido golpe de Tejero como pudieron concluir los libros de historia. A pesar de su anexión al mundo globalizado nuestro país ha mantenido un sistema rústico que, diseñado fundamentalmente para escapar del hedor a cloaca de mediados de siglo, agrada al hombre conformista y asfixia al más ambicioso, un sistema en que no culmina la idea de igualdad entre iguales. Un sistema de transición.

   Con la muerte de Suárez se presenta la oportunidad y hasta es posible que la obligación de cerrar el ciclo que él mismo comenzó, sólo que esta vez queda en manos de los ciudadanos, auténtico motor del país, implicarse en el desarrollo de un nuevo modelo de convivencia que tenga presente el consenso como entonces e igualmente diseñado, como la vida, para la transición; otros vendrán que harán lo mejor para las circunstancias y el tiempo en que existan.

   Y mientras el televisor, al que había dejado de hacer caso, anunciaba nuestro cruce con el Barça, me quedé reflexionando sobre la figura de aquel hombre con algunas lágrimas que empezaban a deslizarme las mejillas, y pensé que yo era estúpido porque ni siquiera lo había visto gobernar y no podía cuantificar la valía de sus aciertos y sus errores, pero sentía gratitud, por razones bien distintas a las de su hijo, pues él había hecho todo lo necesario para que yo pudiera escribir hoy estas líneas, en libertad y sin ira.


   (...)
  

   Antes de la votación y mirando más allá de las paredes del Congreso franquista, trajo a colación unos versos del poeta Machado, exiliado en la Guerra Civil, con los que atravesó el corazón de su pueblo:


Está el hoy abierto al mañana, 
mañana al infinito.
Hombres de España:
Ni el pasado ha muerto
ni está el mañana ni el ayer escrito.





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