by Jesús Morales Serrano... Con la tecnología de Blogger.
martes, 11 de diciembre de 2012

La última palabra del demócrata

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   En la madrugada del 7 de noviembre europeo, la noche del 6 en Estados Unidos, me mantenía en vela contemplando el ordenador, reflexionando acerca de cómo se producía uno de esos hitos históricos que se guardan mejor en la mente humana que en las pesadas enciclopedias o en las modernas wikipedias. Miento si digo que la reelección de Barack Obama a la presidencia de Estados Unidos fue un hito, cede a la controversia, al menos sí fue capaz de evocar el recuerdo de aquel sueño que comenzaba en 2008 cuando por primera vez un hombre negro se sentaba en el despacho oval de la casa blanca. Sea o no acontecimiento histórico lo cierto es que Obama volvió a regalar al mundo una noche mágica (con el tuit más rettwiteado: "Four more years" todo nos parece made in Hollywood) tras el desgaste de cuatro años de una legislatura, en mi opinión, insatisfactoria.

   Después de una campaña algo irregular, el demócrata volvía a abrir la agenda en el mismo punto y lugar en que la había dejado, desplazándose a Birmania en visita diplomática y siguiendo de cerca la crudeza del conflicto sirio. El pueblo norteamericano había avalado hacía unos años su proyecto reformista: un ideal de los viejos cánones del Estado de Bienestar europeo (hoy aparentemente extinto tras el derrumbe económico aparejado a una crisis de raíces privadas) por el que la oposición, los lobbys e imagino que más de uno de los suyos no estaban dispuestos a perder más tiempo que el necesario para boicotearlo. Proyecto que se verá nuevamente frustrado por quienes esperaban una transformación completa, más allá del efectivo tránsito a una reforma sanitaria, de los parámetros trazados por el capitalismo de la Guerra Fría. Obama no es muy diferente a otros presidentes demócratas, sigue la estela de un estado que parece vivir ignorante a las realidades que se viven en el resto del mundo y, lo que aún sorprende, a las que se viven en el propio país. Y hablo del demócrata y no del presidente o aspirante republicano porque del discurso del primero pueden generarse expectativas que, con mejor o peor éxito, lleguen a cristalizar en el sistema, mientras el segundo, aun fuera del gobierno, postulará por el conservadurismo radical y el liberalismo salvaje de los mercados ("a la derecha de nuestra derecha" decía uno de mis profesores) y difícilmente catalogable como demócrata (ahora en el sentido más amplio del término) a este lado del Atlántico. El estado de estados está, por el momento, avocado a vivir la realidad que ha escogido, quizás también el resto de Occidente lo haya hecho, silenciando a la importante minoría de la pobreza.

   En materia de defensa, interior o política internacional se han mantenido algunas constantes, si bien se ha cerrado página en Afganistán e Irak, se han guardado en un cajón cuestiones trascendentales como la clausura de Guantánamo, vetada en el Congreso, y el de los centros clandestinos de detención (y tortura) de la CIA, reclamado en su día por Naciones Unidas. El imborrable y aplaudido (hay quien dice que no suficientemente contrastado) asesinato de Bin Laden y el de aquellos que se encontraban con él en el momento de su muerte. Uno y otro son avales a la presunción de supremacía de su jurisdicción y al ejercicio continuado de terrorismo de estado, que desde luego conduce al repudiable equilibrio entre la figura de uno y otro ejecutor. Quitamos, sin quererlo, brillo a la inesperada y precoz medalla del Nobel de la Paz de 2009. 

   Siendo justos con Obama, así lo merece, su gobierno ha sido capaz de llenar de esperanza el corazón del norteamericano de la calle que ve en su figura a la del líder capaz de romper las desigualdades sociales y recuperar todo el sentido al sueño americano de las clases medias desdibujado desde los años treinta. El ciudadano que vive feliz con una vida sencilla, de la que tanto podría hablarse y de la que se ha escrito tan poco, que no siente complejo de banderas, no tiembla por la patria, ni envidia al gigante chino, pues conoce que en su superioridad se esconde el sufrimiento de quienes como él también anhelaban y no consiguieron disfrutar de esa vida sencilla.



   El problema, en abstracto, que se corre poniendo en duda a los líderes que apuestan más firmemente por los ideales democráticos, que hacen valer las estructuras del Estado de Derecho y la salvaguarda de los derechos de sus pueblos, reside en el auge de alternativas que hacen peligrar las libertades adquiridas. 

   La última huelga general en España deja evidencias de lo que trato de explicar. De un lado, volvió a exhibirse violencia de algunos individuos que mantienen, espero que con vergüenza, la placa policial. La carencia en la diligencia debida (la mente fría de quien sostiene un arma) deja clara la insuficiente cultura ética, jurídica y social de aquellos que en ejercicio de sus funciones causan maltrato, pero también, y esto quizás es más alarmante, lleva en su trasfondo implícita una incuestionable orden político-gubernamental que disgusta del sano ejercicio del derecho de reunión.

   Por otra parte los mal llamados piquetes informativos (en 2012 y con los avances informáticos carece de sentido dar a conocer a nadie la convocatoria de una huelga general que está siendo radiada en todos los medios y redes sociales) ejercen igualmente la violencia y no es mejor que la de los anteriores, lo que demuestra que cuando se tira de la cuerda por este otro lado la democracia también acaba destartalada. Refugiados en la tensión y el insulto rebajan un sistema que les viene grande, haciendo de su inseguridad la anarquía.

   Vivimos días en que el concepto de Estado y la unidad ideológica en el mínimo común denominador que conlleva sostenerlo se han puesto radicalmente en duda, ya no se deja cuestionar sólo por quienes, vulnerables o no, se sienten desprotegidos por el sistema, ahora aúna el grito ahogado de más de un intelectual que se ha aburrido de la corrupción y el escándalo. La realidad es compleja. Sigo pensando que no hay más demócrata que quien escucha y vive en el pueblo respetando la diversidad ideológica aun cuando no haya motivos compartidos, el que da cabida y disfruta en el debate y el que no permite distorsión alguna de la libertad de expresión.

   ... Y ahora que la alegría de la victoria en su noche electoral se empaña en mis ojos por el triste y profundo temor de que el hombre bueno fuera sólo el símbolo del hombre negro, es cuando me reafirmo como el pueblo americano, quizás ignorantes, en concederle ese bien, tan extraño en la vida, que es el de las segundas oportunidades.

   Ahora el demócrata es quien tiene la última palabra.

(...) 

   La música de un violín despeja mis reflexiones, detrás de él un músico toca con entusiasmo ante la indiferencia fingida de su aforo. El metro da algún que otro vaivén pero no desagrada, ni siquiera es perceptible, al viajero que se mueve en transporte público con frecuencia. Entran y salen masas de gente y en el suelo hay un diario que habla del reconocimiento de un Estado y de Naciones Unidas, y en letras muy grandes el nombre de Israel y el de Palestina.


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