by Jesús Morales Serrano... Con la tecnología de Blogger.
domingo, 17 de noviembre de 2013

Androides en la órbita lunar.

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   Anoche tuve un sueño extraño, de esos que te aturden al despertar porque impiden que comprendas cuál es el mundo onírico y cuál el real. Agitado y confuso traté de reconstruir los retazos de aquella ensoñación pasajera mientras se fundía frenéticamente al calor del sol diurno. 


   Inmerso en una ciudad envuelta en tinieblas camino despacio sobre una superficie blanda, no es granito ni asfalto, sino arena, conjunción con el contraste absurdo de edificios inacabables y calles desiertas. El ambiente es tan denso que respirar se hace del esfuerzo, como plomo que cargara los pulmones y deshiciera la mirada, ajena a algún recuerdo, en el suelo, en la arena blanca y fina. 

   Desde lejos se ha ido acercando una persona, es una mujer. Con ella converso sin desánimo, su juventud y amabilidad me acercan a un extraño dinamismo con el que olvido ese abrumador espacio tiempo. He levantado la vista del suelo, no recuerdo porqué la había bajado, el calor de su palabra amena ilumina suavemente la ciudad. Siento que la conozco y que llevo hablando con ella toda mi vida, sólo que ahora nuestros caminos se han encontrado en una ciudad vacía.

   De la nada aparece un hombre joven, no consigo comprender su cara, pero emana odio su cuerpo, sin mediar una palabra saca un arma. De pronto la ciudad, antes sombría, después tenue, ahora iluminada, es un campo de batalla. Solos los dos y el frío, en el desorden de edificios flotantes, nos reunimos en duelo, de mi mano surge un arma equivalente que me hace comprender que una de nuestras vidas está próxima a su fin. Entonces pienso que en mi fortuna está su muerte, y brota la sangre de su corazón herido. El tiempo se ha parado y él, él ha desaparecido.

   Pero el tiempo se reanuda en la misma ciudad, gris, fría, de ambiente singular y edificios estáticos, con arena blanca que va empolvando mis zapatos. Pronto recorro una plazoleta y ahí está otra vez, es la chica del principio, parece una niña, con la que vuelvo a charlar sin apenas dar importancia al encuentro que acaba de producirse y que seguramente ella ha presenciado. El tiempo se acelera más y más, y el suceso se repite, de nuevo él vuelve a dar conmigo, es interminable y me disgusta no poder continuar con mi historia. Un día de la marmota diabólico del que no quiero formar parte. Arrojo el arma y dejo que sea él quien me dispare. 

   ¿Disparó o no? La intensa luz que nos iluminaba se ha desvanecido. Ante mis ojos se despierta un nuevo mundo que difiere por completo del primero, se materializa en colinas y valles, mucho más natural, claro y limpio. En las profundidades se escuchan los latidos de una civilización tumultuosa, es la historia de un pueblo enterrado.

   Un pueblo olvidado en medio de un planeta perdido, su acceso rocoso exige bajar por una pendiente absoluta y arrojarse sin temor al vacío, se encuentra a varios kilómetros de la superficie lo que genera una sensación muy cálida, a ratos es agradable y a otros sofocante. Allí no es difícil encontrar a gente, los vecinos del lugar no llevan con tristeza lo de su entierro, han preparado una fiesta inmensa y todos sonríen al pasar, su villa se engalana con bolas de papel iluminado y farolillos encendidos. Juntos no consumen, despilfarran nutridas pilas de manjares con que saciar su gula y culminar su celebración con toda suerte de placeres.

   Todas las calles concentran sin discreción el banquete y el jolgorio, la música, el disparate, la mofa y la orgía. Pero en la principal, una especie de aura mística deja de invitar a los amigos de la verbena a congregarse, espera sin motivo un trono altísimo (casi tan interminable como aquellos edificios marmóreos) hecho con un cristal tan precioso que al dejar pasar la vista por su superficie las lágrimas se derraman sin poder evitarlo.

   Cuanto más cerca estoy del asiento más incontrolable es el llanto, y la música es más lejana. Mi pecho está ardiendo y el sonido de las copas y las risas es inaudible, se ha ido ahogando en mi lloro. Junto al trono solo yo con en el silencio, y sobre él se encuentra el duelista con su arma, aquél que amenazaba con quitarme la vida, el mismo que volvió al mundo de las tinieblas y quien seguramente me ha arrastrado al pueblo enterrado. 

   Su cara ya no es ningún misterio, nunca lo ha sido, el cristal ha revelado la indescifrable incógnita.

   Vuelve a llorar... y recuerda que está vivo.



   Mi cara aparece empapada en sudor frío por este sueño tan extraño. Es hora de ducharse, ¿eso que huelo son tostadas? comienza un día muy largo.
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