by Jesús Morales Serrano... Con la tecnología de Blogger.
lunes, 30 de septiembre de 2013

La casa de los patriotas

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   Se presta al escenario perfecto. 

   Aquel episodio sucedió durante el anochecer temprano y lluvioso de una gris ciudad europea. En la profundidad de una calle anegada de oscuridad adivinas relieves y formas envueltos en una vaga nube de luz de gas, se deja escuchar el galope de un carruaje de época, quizás también el latido de un corazón nervioso. Transitas deprisa la estrecha avenida en busca del noble edificio que ha congregado a la junta general, su debate enfervorecido contrasta con la quietud de un vecindario que se va apagando, ignorante, quedándose dormido.

(...)


   Volvió septiembre, implacable, en su indiferente egoísmo se desenvuelve como uno de los meses más bonitos, desvanece los recuerdos de verano cerrándose sobre una noche, por días, más larga y más fría. Como era de esperar, estas fechas congregaron en la calle a mucha gente que reivindicaba la innovación de una patria catalana y el debate, por momentos más recurrente que interesante, se desenvuelve en una maraña de voces que gritan incoherencias a ambos lados del río Ebro. No, no he escrito esta entrada para hablar de la cuestión, ya expuse mi opinión cuando daban coletazos los primeros amagos de rebelión en La Matrioska. No me gusta repetirme, y menos ahora que transito poco el blog, pero al menos el episodio del once de septiembre (que no narro porque la historia ya conoce) me sirve para contextualizar mis ideas. Quizás algún día de un muy lejano septiembre alguien pare a leer con nostalgia esta entrada evocando aquella imagen.

   En la búsqueda de un punto de origen a las emociones que nos suscita este debate he descubierto una faceta social pocas veces argumentada en política y los medios que en mi opinión es capital para conocernos. Pienso que la necesidad de pertenencia a un grupo, expuesta por Maslow en su Pirámide, está detrás de la aparición del Estado moderno. Una vez generada, la inseguridad de la sociedad despliega en el individuo respeto y confianza por los mensajes patriotas, normalmente vacíos de contenido, ajenos a propuestas que garanticen el progreso y el bienestar social, aplaude el refugio en himnos y banderas porque es consciente de la grandeza planetaria, porque se siente pequeño y tiene miedo, es humano.

   Hoy, quizás me tachen de revolucionario, me atrevo a escribir que el Estado no existe, no existe España ni Cataluña (y me temo que no existirán nunca) ni tampoco, qué se yo, Estados Unidos o Alemania que con su vasto potencial económico e industrial no tienen más sentido que aquél del que se les ha dotado. La naturaleza no prestó pautas que motivaran la existencia de las naciones, por lo general fueron la guerra y la conquista las que perfilaron las fronteras y esa necesidad sobrevenida (que sí es natural, por ser humana) la que hizo del Estado una personalidad jurídica, una ficción creada en Derecho. Si este concepto llega a superponerse al del individuo estaremos desnaturalizando su esencia que no es más que la de servir de instrumento a la satisfacción social, consecución del orden y la justicia social.

   En un primer momento, al calor de una imaginación pos-adolescente pensé titular la entrada "Marca España (u otra futilidad con la que perder tiempo y dinero en un país boyante)". Dejando a un lado lo tonto del título y de su inventor, lo cierto es que me sobrepasa el silencio de los medios y de la gente cuando le hacen saber que en la política económica del Gobierno la propuesta de marca-país ocupa un papel central mientras el ejecutivo propone recortar en partidas presupuestarias como la investigación. ¿Cómo pretenden Margallo y Rajoy que España crezca económicamente? ¿Se quiere vender al europeo o al japonés, que viven en la élite tecnológica mundial, que el nuestro es un país moderno? No entiendo la inversión. No entiendo que haya personas y medios trabajando y cobrando del erario por desarrollar proyectos que mejoren la imagen del país que más paro juvenil tiene de Europa. Tampoco entiendo que el ministerio del exterior desconozca el coste pormenorizado de las misiones diplomáticas estatales y autonómicas. Estamos invirtiendo en maquillar a la España que agoniza. Y nadie dice nada sobre ello.

   En esta misma línea, mientras el Estado central va trasladando el recorte de déficit (exigido por Bruselas) a las autonomías, a quienes compete en mayor medida el mantenimiento del Estado de Bienestar, se desarrolla un futuro plan que garantice las pensiones disminuyendo la cuantía y alargando la vida laboral. Y es entonces cuando saltan las alarmas, y no es por la respetable elección de una política económica liberal, sino porque el sacrificado adelgazamiento del Estado Social no esté arrastrando un recorte comparable del gasto público en el mantenimiento del Estado Central, cuyo endeudamiento excede el 90% y que atendiendo a su proyección a futuro no busca sino la supervivencia misma del Estado y de las instituciones de que se compone.

   El esperpento de la marca España nos nubla por su trasfondo patriótico. El mismo trasfondo que impide que ponderemos racionalmente el valor del hombre (en relación a su país) y que fiscalicemos la eficiencia en la gestión de las arcas públicas, su saneamiento debe depender de nosotros a través de órganos democráticos porque la titularidad de ese patrimonio no es abstracto, la titularidad es nuestra como lo es la de la cultura, la ciencia, la religión o el trabajo.

   Así pervive un Estado globo, cuyo interés prevalece al de sus ciudadanos, ficción que ayer nos traía la guerra y hoy la división. Si el instrumento no es capaz de satisfacer a quienes lo han dotado de sentido sino que, por el contrario, les subordina para mantenerlo con vida, parece preciso reiniciar el sistema porque en su obsolescencia actual está privado de la mínima funcionalidad. El medio, que es el Estado, no puede convertirse en un fin en sí mismo.

   Disculpad mi equívoco, es evidente que no está privado de funcionalidad (acaso quienes le dieron vida quisieron verlo en este estado) si no sirviera de nada hoy no habría debate en Barcelona ni Madrid. La segunda faceta del Estado, en apariencia más inofensiva y barata que la primera, es intangible, y exige la mirada a la nación desde el prisma emocional.


Un niño señala a una Europa sin fronteras


   Domingo por la tarde y la casa vestida con emblemas de la escudería Ferrari para disfrutar de la plata de Alonso, la bandera interplanetaria de la plaza Colón, Rosa en Eurovisión... soy el primero en emocionarme con los triunfos de Nadal, el primer friki que sigue las tristes participaciones españolas en el eurofestival, vibro con el equipo de sincronizada, incluso quería la victoria para cualquiera de las candidaturas olímpicas que presentó Madrid. El problema de esta visión amable está, como no podía ser de otro modo, en la segregación que desencadena la exaltación.

   Volviendo al punto de partida, supongamos que quien es hoy ciudadano catalán hubiera nacido español y el español catalán (asumiendo que son realidades diferentes). El juego es sencillo ¿Mantendría el sujeto a experimento la misma posición? ¿Vería de igual modo a su vecina ibérica? Se evidencian muchas opiniones que por no conocer geografías ahora y en la hipótesis son imparciales y apenas variables. Pero quienes mantienen con vehemencia las consignas más patrióticas quizás no las habrían dejado brotar o, lo que creo más probable, las harían virar sin remedio en sentido contrario en defensa de la patria que hoy condenan.

   La hipótesis imposible es en buena medida práctica, nos mueve a la reflexión, no sólo pone de relieve la mediatización del entorno y los canales de comunicación, también exhibe el simplismo del debate (por respetuosa que resulte toda forma de expresión). El individuo nace con determinadas condiciones físicas (sexo, color de piel, estatura, peso) e intelectuales (creatividad, carisma, sensibilidad) que dependen de su naturaleza y el nivel de madurez a lo largo de su vida. En ningún caso la naturaleza humana predispone la nacionalidad del individuo ¿Con qué fundamento científico lo haría si es una invención posterior y humana? El debate es simple porque parte de una falacia: el individuo no nace catalán o español, es el Estado el que le cataloga con tal distinción.

   Para concluir me queda compartir una reflexión que firmó hace poco Vargas Llosa en Piedra de Toque para El País, "Pertenecer a una nación no es ni puede ser un valor ni un privilegio, porque creer que sí lo es deriva siempre en xenofobia y racismo" (El derecho a decidir). El sesgo por nacionalidad es sencillamente cruel. Nadie gana el derecho a ser nacional por mérito y aunque condicionará libertades y acceso a servicios y oportunidades no deja de descansar en la ficción jurídica del Estado. Desde esta perspectiva el Estado sí que cumple una necesidad, no tanto la cobertura de un vacío espiritual como una forma efectiva de conservar nuestra riqueza económica, medioambiental o cultural: sacia nuestro egoísmo.

(...)

   A la junta fueron convocados algunos de los más ilustres personajes del reino. Lo más granado de la sociedad era un compuesto de mentes que, con mayor o menor lucidez, debatían un método de arraigo con que perpetuar la grandeza de sus estirpes sirviéndose de distinta apariencia o nomenclatura pero en esencia idéntico, difiera el continente y no el contenido cuando el escenario posterior a la Revolución de 1789 iba abriendo el paso ineludible a la igualdad de oportunidades y cuando no quedaba un rincón del mundo que no hubiera sido adjudicado.


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domingo, 1 de septiembre de 2013

Lo que la tele nos dejó... Mujeres Desesperadas.

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   Hace ya un par de veranos que escribí una entrada homenaje a Los Simpson, la serie de referencia en los noventa y favorita en la historia de la televisión, no sólo para mí sino para una audiencia mayoritaria, así lo acreditaba hace algunos meses el diario El País en su particular olimpiada de series en que la familia de Springfield se coronó como la mejor de entre las grandes tramas competidoras.

  Lo cierto es que aquella entrada tenía una vocación de futuro, y esperaba que tras la primera se sucedieran algunas otras comentando lo que me parece más interesante, lo mejor y lo peor que nos ha regalado la pequeña pantalla. Sin embargo, no fue así, el objetivo quedó frustrado, y hoy con la amplitud de miras que ofrece el paso del tiempo encuentro un par de razones. Honestamente no quedé muy satisfecho con la primera, creo que fue un error tratar de describir con palabras una obra tan genial como Los Simpson y no me sentí capaz de relatar los grandes momentos que he pasado desde niño contemplándola. Otro buen motivo es que con el tiempo me he vuelto un televidente retirado, cada día veo menos televisión y como el indigente que pueda llegar a conformarse con un mendrugo de pan diario, a menudo me limito a analizar las grises tertulias de la noche en 24 horas, puede que sea por la falta de tiempo, puede que por el escaso atractivo de la programación, puede que por ambas. En cualquier caso hoy, contraviniendo toda lógica, me propongo desenterrar aquel proyecto con otra ficción que nos ha regalado historias y personajes memorables: las Mujeres Desesperadas de Wisteria Lane.



   Hace poco volví al lugar en que me enamoré de esta serie, debió ser hace ocho o nueve años, a orillas del cabo de la Nao en Jávea, la nostalgia recordando las imágenes que encendieron mis ojos aquél verano me empujan a redescubrirla.

   Cuando los críticos y la audiencia comienzan a reflexionar acerca de la obra de Marc Cherry suelen hacerlo a partir del episodio original: en el pacífico barrio residencial de Wisteria Lane cuatro mujeres de mediana edad asisten al funeral de una buena amiga, Mary Alice Young, que pierde la vida con el suicidio. La nostalgia inicial da paso a la necesidad de información sobre el suceso, dejando a un lado el morbo en una serie en que, sobre todo en sus primeras temporadas, se hace gala de un guión exquisito y una definición inteligente de sus antagónicas protagonistas. Son ellas quienes se descubren ignorantes acerca de la vida del vecindario, envueltas en una organización social que aparentando fulgor esconde tragedia, evoluciona deshumanizada... quizás un espejo distorsionado y ficticio de la nuestra.

   De aquel primer episodio piloto se pueden desprender además de una masa de fans y curiosos, varias marcas de autor: el tratamiento de Mary Alice como narradora permite acercarse de un modo más personal y afectivo a las historias de las mujeres, su omnipresencia y buen juicio se hacen esenciales para comprender la desesperación que pueden padecer estas personas, cuya vida se ve envuelta de una apariencia acomodada ajena al sufrimiento o la toma de decisiones profundas. Cherry (su creador) no sólo nos demuestra en cada temporada que el ama de casa tiene un papel central en la vida de muchos hogares, también que es capaz de entregar lo mejor de sí de un modo generoso y callado. En la serie y ya en el primer capítulo se da muestra de ello, se tocan algunos temas tabúes en la sociedad americana y se hace desde el respeto, en clave progresista y sin introducir prejuicios abusivos. El espectador transita en la trama analizando, si no entendiendo, la dura decisión de Mary Alice, y también haciéndole partícipe de la infidelidad, el escondido embarazo adolescente o la asunción de hijos extraconyugales.

   Es bueno acercarse a la serie sabiendo que en cada una de sus temporadas las protagonistas habrán de resolver un misterio que asola el barrio entrelazado de historias aparentemente insustanciales en la vida de las desesperadas. Lo mejor es que son precisamente estos pequeños relatos los que hacen grande a la serie y no al revés, las cuatro amigas no son en absoluto personajes lineales, su evolución (más acentuada en el caso de Bree) permite al espectador valorar qué han supuesto en sus vidas los años que han pasado juntas, compartiendo la partida de cartas y unos margaritas en la terraza de Gaby, frente a un torrente de acontecimientos vitales que nos impiden considerarlas del mismo modo durante el desarrollo de la trama.

Estas son nuestras chicas y ahí os dejo unas pinceladas con mis impresiones:


Susan Mayer/Delfino: Es dulzura. En un primer momento se dejan ver en ella rasgos de protagonismo ajenos a sus compañeras pero se van desmitificando con el tiempo cuando los espectadores y sobre todo los guiones la colocan a la sombra de otras grandes como Lynette o Bree. En torno a Susan giran las vidas de sus dos hijos, Julie y el pequeño MJ, y la de su gran amor Mike Delfino. Es precisamente Mike el hilo conductor de su trama personal casi ininterrumpido exceptuando la quinta temporada en que deciden separarse tras un dramático accidente (no puedo contar los momentos en que permanecen distanciados por el coma de Mike del que se aprovechará sexualmente Eddie porque entonces el interés compartido es si cabe más intenso). En su vida han transcurrido episodios desagradables, tendrá que hacer frente a la infidelidad de su primer marido, la diálisis, a un accidente mortal que pone en jaque a su familia, a la pobreza, la exhibición de su cuerpo por dinero y a la pérdida de su gran amor. Su talante natural, torpe y entrañable empequeñece y aligera sus problemas, la descubre como una buena persona.

Frente a la ausente madurez de Susan (que en consecuencia se acomoda en profesiones relacionadas con la infancia) su hija Julie es su motor de raciocinio, es fantástico rememorar aquella relación sincera madre-hija, en que una y otra se cambian los roles convencionales. Su historia queda infravalorada ante los interesantes pormenores de su romance con Mike que el tiempo relata como una relación honesta e imperfecta (cantan Jesse y Joy) aunque carcomida a menudo por el silencio. El futuro escribirá la de Susan con Julie en clave abuela-madre.


Lynette Scavo. Es luchadora. A diferencia de la anterior, su pequeño personaje se va haciendo grande a medida que avanza la serie y nos permite comprender que en su vida no existen más fronteras que las que esta gran mujer decida marcarse. Se presenta como una ejecutiva retirada para cuidar su casa y a sus traviesos hijos ante la egoísta decisión de su marido Tom permaneciendo en su puesto de trabajo, atisba machismo pues se lee entre líneas que el de Lynette era un puesto de mayor responsabilidad. Sin embargo los avatares en su vida son de tal magnitud que recuperará su carrera profesional, y lo hará con todo su carácter y relativo éxito.

El caso de Lynette es extraordinario pues aunque su personaje no haya visto mermada su personalidad es de largo el que ha atravesado situaciones más trágicas, entre otros episodios: en el que su marido mantiene a una hija en secreto nacida con anterioridad al matrimonio, la crueldad de esa niña, la apertura de un negocio fallido (la pizzería Scavo) en plena crisis de los cuarenta de Tom, el amor hacia un buen hombre (distinto a Tom) por quien se obliga a ahogar sus sentimientos, el cáncer, el violento secuestro dando a luz a su último hijo y la agonía de su matrimonio.

Lynette es la menos convencional de las amas de casa, no es ortodoxa en el cuidado de sus hijos (tolera sus llantos en la cuna), no le preocupa en exceso su imagen (suele vestir su gastada camisa de cuadros) y es quizás porque durante muchos años ha vivido en un mundo de hombres. Su exigencia y profesionalidad no conocen sexos, como tampoco su gran sensibilidad y su valor para enfrentarse a la vida


Gabrielle Solís. Es naturalidad. Concluir con la apariencia facilona del personaje sería del todo un error, pues es en realidad el más limitado dada la belleza y la popularidad que acompañan en el mundo paralelo a su alter-ego, la actriz Eva Longoria. El reto para ambas es demostrar que en Gabrielle está la mujer más divertida del barrio, la más espontánea, y la que con el tiempo verá más limada la superficialidad, ética y estética, aprendida sobre las pasarelas. Superficialidad que la hubiera servido de coraza durante años y frente al mundo que la trató con la crueldad de la miseria infantil. Sin perder nunca su picardía de femme fatale y diva adinerada, evoluciona en el profundo amor a su familia, renunciando incluso al que todos (por error) creíamos su bien más preciado: la belleza física. Como suele decirse es más bonita por dentro.

Aunque en un principio la relación con su marido Carlos será la más cuestionada (la serie comienza a narrar la historia de Gaby a partir de su infidelidad con el jardinero) su resistencia a la prisión y la ceguera de su marido son sólo un par de muestras del amor más sencillo y sincero que presenta la serie, aun envuelto en su mundo opulento, podemos afirmar que su gastada coraza acaba por ceder ante Carlos.


Bree Van de Kamp / Hodge. Es perfección. Su aspecto y decoro son el resumen de una disciplinada educación que trata, sin mucho éxito, de inculcar a su familia. Su máxima es vivir conforme a sus valores y dar a conocer su rectitud. El cuidado de cada detalle y modal revierten en su contra cuando, tras la muerte de su primer y odiado marido, su mundo comienza a derrumbarse, tras un duro episodio alcohólico, tendrá que hacer frente a la promiscuidad de su hija y a la crueldad de su hijo. El tiempo limará asperezas y harán de Bree una mujer mucho más fuerte, capacitada para hacer de su negocio un éxito, auténtica rompe corazones y, en suma, distante de las restricciones morales y sexuales que la atormentaban desde niña. 

   Es el personaje más cuidado de la trama y para qué negarlo es mi favorito, su prototipo de mujer de los 50 es anómalo en la vida real y sin embargo su peculiar estilo no extraña ni al vecindario ni al espectador. Cuidada imagen que se irá resquebrajando con el suceder de acontecimientos... sólo cuando la intimidad  y la angustia la acorralan en su vida, infeliz, toca fondo, y es entonces cuando podemos apreciar la infinita sensibilidad que esconde, la pretendida felicidad una máscara caída.





   Con todo, el 13 de mayo de 2012 la ABC emitía el último episodio de la serie, y no fue a gusto de todos. En mi opinión el desenlace se demoró demasiado, después de ocho temporadas la serie había abordado una diversidad temática tan amplia que las enrevesadas historias mermaban la credibilidad de sus personajes. El capítulo final fue además muy excesivo, como si se hubiese preparado deprisa y en carencia de imaginación se hubiese querido repasar toda la serie y cautivar de un modo incisivo y grosero el sentimiento más profundo de sus admiradores. Cherry, finalmente, fue egoísta y quiso zanjar de forma escueta unos finales en la vida de cada una de las mujeres con lo que evitar la continuidad de la obra o, en el mejor de los casos, abrir la puerta a la fantasía de los finales abiertos de aquellos que habíamos presenciado sus 180 capítulos.

   Por lo demás, la valoración es muy positiva y, con altibajos, una buena serie en la que perderse. Si aún no la conocéis os invito a descubrirla y si, como yo, la habéis disfrutado, hago vuestra esta entrada. Quién sabe, quizás hoy vuelva a ser un buen momento para dejarse caer por las enigmáticas calles de Wisteria Lane.


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