by Jesús Morales Serrano... Con la tecnología de Blogger.
lunes, 24 de junio de 2013

Alicia.

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     Hace un par de semanas, en una de las primeras tardes calurosas del año, me propuse volver a ver Alicia en el País de las Maravillas, una de esas historias atemporales por todos conocida, cuyo descubrimiento nunca he confiado a la narración de quien la trajo al mundo: Lewis Carroll, ni siquiera cuando estuve paseando por los jardines de Oxford que inspiraban su cuento me sentí realmente atraído por su lectura.

   No he querido desvelar aquella certeza popular según la cual la calidad del libro original siempre es superior a la del filme derivado. La propuesta de Disney me satisfizo lo suficiente como para atreverme a distorsionar el recuerdo infantil, ya llevó a cabo esa gesta el genial Tim Burton y en mi impresión su bélico amago no pasó de lo anecdótico... después de Frankenweenie, y salvando Big Fish, me reafirmo en que se defiende mejor en el blanco y negro.

Fotograma de Alice in Wonderland (2010)
    En la original, Alicia se adentra en un mundo paralelo en la persecución del conejo blanco donde todo está envuelto por la pintura del surrealismo y no existen imposibles, de este modo aparecen escenas memorables en que la niña puede evolucionar en gigante o diminuto con sólo morder, beber o chupar la sustancia adecuada, mientras que en su camino habla, canta y discurre con las flores y las orugas del jardín. En la secuela de 2010, Alicia es ya una adolescente y se adentra al mismo mágico mundo con vagos recuerdos perdidos entre ensoñaciones que le harán librar batalla en la liberación del pueblo sometido a la tiranía de la Reina. Discrepo también con Burton, probablemente porque yo no he leído el libro y él sí, en la elección del Sombrerero como coprotagonista; tratándose de un cuento todos sus personajes son en general bastante planos aunque yo siento debilidad por el Gato Cheshire, anómalo en una historia al uso y bien trazado, huidizo en su palabra y vaporoso en lo corpóreo, he llegado a la conclusión de que este personaje es en el colorista país de la locura, el de las Maravillas, la oscura sombra de la lucidez y puede que por ello sea también el más cobarde.

   Paradójicamente, fue con esta película (la de Burton de 2010) con la que propuse iniciar mi particular ciclo Alicia, para visualizar después el clásico Disney del 51, al parecer y según la Wikipedia existen hasta una docena de adaptaciones de la obra con lo que mi ciclo era francamente poco ambicioso. Anhelaba volver a sentir lo mismo que la primera vez que la vi, temeroso en comprobar si el paso del tiempo había dejado el poso de la indiferencia y el escepticismo borrando la ilusión por la fantasía... Lo cierto es que nunca lo sabré, el objetivo quedó frustrado pues en lugar de volver a verlas las dormí plácidamente, lo que no quiero asociar en absoluto a la pobreza de su cine sino al inicio de la temporada de verano y a sus largas, deliciosas y poco valoradas siestas. Creo que los fútiles intentos de Margallo por describir la marca España bien podrían empezar por aquí.

  De la enseñanza que el cine ha arrojado sobre Alicia he deducido un parentesco, probablemente mayor del que me gustaría, a mi preciadísima Chihiro. La búsqueda de una madurez prematura envuelta en la magia y el sueño infantiles conducen a la reafirmación de esta edad que, vivida plenamente, aparece clave en el desarrollo humano.

   Cuando desperté de mi profundo dormir vespertino, la Reina Roja gritaba histérica eso de "¡Qué le corten la cabeza!" en medio de un juicio absurdo, supongo que contextualizado por la disputa en el partido de criquet-flamenco, y tras ello más confusión y el despertar turbada en la hierba... ¿No es bonito? Yo acabé soñando, igual que Alicia, confundido.

 A día de hoy creo que no volveré a tratar de reunirme con ella. Cada vez me parezco más al Gato Chesire, los dos vivimos en un mundo que nos es extraño pero aun cuando busquemos la evasión acabamos mimetizando con el entorno, puede más el temor por no creer en el mundo de Alicia que por olvidarlo. Por eso, esta noche y las que vengan, atesoraré el recuerdo de aquello que sentí la primera vez que entré en el país de las maravillas... aunque nunca más aparezca ante mis ojos.
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