by Jesús Morales Serrano... Con la tecnología de Blogger.
domingo, 25 de marzo de 2012

La mujer y la lluvia

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   En la cama con legañas en los ojos y remolinos en el pelo, he oído el golpecito de la lluvia en la ventana... Quizás por eso, o puede que sólo sea por el sueño, me he dado la vuelta y me he hecho un ovillo. Feliz y extraña es la bipolaridad del tiempo, casi tanto como la de mi estado de ánimo.

   Lluvia que limpia la tristeza y la preocupación, llena los embalses y los cauces de los ríos, despeja la suciedad de Madrid y riega los campos de la Mancha. Son las Aguas de Marzo como rezaba la bossa nova  de Tom Jobin, versionada de forma brillante por Sole Giménez con su elegante voz. Aunque la suya, como es natural en esta época en el hemisferio sur y la hermosa Brasil, estuviese pensando en el adiós del verano y el despertar del otoño... en este lado de la bola terráquea vivimos el equinoccio de primavera. Hoy quiero traer la canción al Diente como un pedazo más de mí para el mundo, pues aunque no me pertenezca me veo capaz de compartirla. Y en ese sentido es también mía.


   Vencidos por la prisa, por el ruido y la histeria. Tenemos que soportar las sandeces de un cualquiera e incluso a veces las de quienes merecieron nuestra atención... Karl Lagerfeld, grande de la costura y padre de Chanel llama gorda a Adele, la nueva reina del soul (la música del alma), y una de esas voces de reconocida protección en este blog como os he hecho saber con el transcurso de las entradas. Puede que el viejo Lagerfeld haya dejado de ser joven a los 78 y puede que ahora esté completamente pasado de moda. Es el momento de dejarme llevar por la tibieza del agua y la calma de la primavera.

   Después de todo, marzo es el mes de la mujer. La primavera y la mujer están relacionadas de un modo muy sensible y preciosista. Florecen la naturaleza y la belleza que describen a una y otra de forma indistinta y pareja. Es la imagen de la mujer que ama al mundo y a sí misma, de la que sueña y la luchadora, de la que rompe y rasga. Mujer que no necesita de nadie y odia las etiquetas, de la que emana un fulgor invisible a ojos de ciego que abraza a quienes rodea. De ellas. 

   Fue precisamente en marzo, el día 25 de un lejano 1911, en que se produjo un gran infortunio que dejaría una mancha indeleble en la memoria de la ciudad de Nueva York. El incendio en la fábrica "Triangle Shirtwaist" se llevó la vida de 146 mujeres, poco después de que se festejara un día simbólico en que se enunciaba la igualdad, entonces ficticia o utópica, de la mujer trabajadora. Cristalizada consecuencia de la cesión de innumerables derechos laborales.

   La sociedad se enfrentaba entonces a una igualdad curiosa en que la mujer trabajaba por un sueldo muy inferior al del hombre, debía atender las labores del hogar y estaba en buena medida subordinada a la decisión de un varón (padre o esposo).

   La incorporación de los movimientos feministas a la realidad política internacional supuso en su momento un acercamiento que pudo salvar, al menos en lo jurídico, la brecha abierta entre el modo de vida de distintas personas, condicionado a que hubieran nacido con un sexo u otro. También con los años se fue limando dicha distancia en la realidad social (hallazgo mucho más valioso), aunque es cierto que lo hizo de un modo lento y aún hoy algo difuso. La mujer española se empieza a incorporar al mercado laboral en los sesenta pero mantiene imperturbable su rol de ama de casa. Así en nuestro país como en el resto del mundo, si bien con diferencias entre el progresismo europeo y el de otras regiones. Es una cuestión triste y enteramente cultural.

   La lluvia ha borrado la ceniza que dejó el incendio de 1911 y el de muchas otras batallas perdidas. Sólo nos queda seguir luchando porque la igualdad no sea un valor en abstracto enunciado en viejos códigos y leyes, admirando en la rutina la difícil trayectoria de la mujer en el tiempo. Probablemente uno de los seres más fuertes de la creación.



Rain Princess de Leonid Afremov



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domingo, 18 de marzo de 2012

Sobre el alambre

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   La una de la madrugada y no puedes dormir... pobre personaje insomne, quién o qué te roba el sueño esta noche. Como el náufrago que acaba de ser arrastrado a una isla desierta, solo y confundido, gritas con furia a la marea porqué te trajo aquí, porqué no se deshizo de tu cuerpo en el azul profundo de su alma.

   Ya es tarde para ti. Se apaga la luz y comienza la pesadilla.

(...)

   Ocho de la mañana y el despertador se vuelve taladro, es sorprendente el poder evolutivo del reloj que por la noche a penas hacía un ruido y ahora amenaza con explotar de un momento a otro. Vuelves a remolonear una y otra vez, pero él que es mucho más listo que tú no se calla aunque lo silencies, vuelve y vuelve a sonar hasta que vence la pelea. Y más vale que la venza.

   El desayuno ha de ser ligero si quieres que te cunda la mañana, haces algo de ejercicio si el día no se presenta ajetreado y una duchita rápida. Es el momento de trabajar. Cuando estás a tope y en la cima te das cuenta que es la hora de comer y no estás para tonterías, recoges los bártulos cuando apenas habías empezado la jornada y vas a por el almuerzo.

   Cogiendo metros y cercanías sientes que el cuerpo se encoge, te haces pequeño entre la masa. O es tu cuerpo el que se integra en la mole... Es en el trayecto caluroso en el que haces la digestión agobiado, ¿qué fue de las siestas de verano? a pierna suelta entre sábanas blancas, podían darte las seis o las siete que nadie podía moverte de la cama. Ahora tu cerebro es una hucha de preocupaciones, y la primera es no llegar tarde.

   El trabajo hoy es estresante, como ayer y antes de ayer... y algo te dice que como mañana y pasado. Cuando sales de tu encierro eres un zombi, alguien se comió lo que te quedaba de cerebro y ya no puedes permitirte el placer de pensar libremente. Arrastras la mochila y las ojeras y empiezas el gris viaje de vuelta a casa. 

   Ya es de noche y hace frío, no queda un alma en la calle y no reconoces ni a tu sombra, cerraste el trabajo, el transporte público y parece que las calles. Quien pudiera madrugar un poco más ¡para ver cómo dibujan las aceras de la ciudad mientras todos duermen! qué estúpido... si no fuera por eso del sueño podrías disfrutar de unas buenas horas para hacer lo que más te gusta: Ver las estrellas y hablar con la luna. 

   No es el caso, y cuando llegas a casa, no eres persona ni zombi, eres el rastro que queda cuando tú te has ido. Sin gana de hablar de nada ni nadie, de ver ni de ser visto. Bajas las persianas, apagas la luz y pides al cielo que mañana sea un poco mejor que hoy. 

   La una de la madrugada y no puedes dormir... una pregunta recorre tu cuerpo y lo atenaza. ¿Quién es el extraño que se ha apoderado de tu juventud? ¿Quién vive en ti?

(...)

   Pasa un metro muy deprisa. Hay quienes decían que te habían visto demasiado cerca de la línea de la muerte. La locomotora sigue su camino y tu cuerpo es fruto de la nada y de la indiferencia. Y tú que te preguntabas cómo vivirían los animales. Descansa por fin tu alma.





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