by Jesús Morales Serrano... Con la tecnología de Blogger.
domingo, 28 de junio de 2015

Los medios de comunicación frente al individuo

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   Hace ahora algunos meses tuvo lugar en París una de las masacres más desoladoras de cuantas ha perpetuado el yihadismo desde que una facción de Al Qaeda reivindicase la formación del Estado Islámico en territorios sirios e iraquíes. Los atentados en la redacción de Charlie Hebdo tuvieron un peso político que trascendió a la irreparable pérdida de las vidas humanas que se perdieron aquel día, de alguna manera los terroristas estaban atentando contra el esquema de derechos y libertades básicos que, con no poco esfuerzo, hemos conquistado y abanderamos en lo que, de manera más o menos precisa, se reconoce por Occidente. De entre todos, la libertad de expresión emerge como una joya de singular valor ante la habitual tentativa de quien gobierna de censurar puntos de vista que cuestionen o reprueben la ideología en que se apoye la política pública.

   Por esta razón más que por ninguna otra, el pueblo y los gobiernos europeos colmamos de un extraordinario simbolismo la matanza de París; puede o no estar de acuerdo el lector con el contenido satírico del semanario francés, puede resultarle incómodo o incluso creer que de algún modo la religión afectada sale malograda con la impresión de viñetas de poco o ningún gusto, pero habrá que defender que puedan publicarse con uñas y dientes, con la vida lo hicieron estos valientes dibujantes, porque seguirá siendo más necesario preservar el derecho de cada cual a expresar su interpretación de la realidad conforme al pensamiento individual. Huelga decir que nadie tiene el derecho, al abrigo de la libertad de expresión, de calumniar a otra persona faltando a la verdad o a su honor, estigmatizando la imagen que proyecta a los demás o el concepto que tiene de sí mismo.

   De este modo, parece claro que los medios de comunicación están llamados a desempeñar un papel esencial en la concepción de este derecho, ¿Cómo juegan este rol? En la gran mayoría de los casos, de manera expresa o implícita, no son puros transmisores de una información objetiva tratada de manera aséptica, sino que aspiran a convertirse en referente de opinión que genere en el espectador, lector u oyente de su "target" un sentimiento de aprobación y apego: en el mejor de los casos disfrazado de humor, en el peor de una imparcialidad impostada.

   No hay nada de malo, ni de bueno, en que los medios hagan su papel luchando por su audiencia en calidad de influenciadores. Lo peor es cuando al destinatario le pasa desapercibido. 

   Quien habla o escribe siempre envuelve sus palabras con su propia ideología y, en este sentido, la capacidad de persuasión puede conseguir la redundancia de opiniones por quienes están frente a la recepción del mensaje. Cuando quien comunica (cada vez en menor medida desde plataformas periodísticas) ya ha determinado qué convicciones son convenientes y cuáles no y en qué sentido debemos expresarnos políticamente está haciendo algo más que ejercer su derecho a la libre expresión, está dibujando un ciudadano ejemplar (republicano o monárquico, patriota o apátrida, religioso o ateo, liberal o keynesiano, progresista o conservador) moralizando a quien le atiende de un modo no muy diferente al de las religiones monoteístas ridiculizadas por Charlie Hebdo; en sentido contrario, coaccionado por un entorno que observa en la calle y las redes sociales a quién ofrece su propia opinión, y no la simple transcripción de otras opiniones, corre el riesgo cierto de ser desnaturalizado, asumiendo como mal menor al de la desaprobación pública el de ser tratado como mentecato al servicio de un estereotipo predefinido por un editorial e incapacitado para discurrir de acuerdo a un análisis crítico o un pensamiento racional ideal.

   Haciendo propias las características que nos presumen los medios, llegamos a un subterfugio paradójica y profundamente antidemocrático, el resultado de la labor persuasiva de los canales de comunicación y singularmente de la presión social que consiguen en los mentecatos que la siguen desvirtúan la nota originaria del derecho de expresión que no es sino evitar la injerencia ajena en la formación del individuo y en su plena capacidad en el ejercicio de la propia expresión de manera libre, consecuente y autónoma.

El periodista Edward R.Murrow en un fotograma de "Challenge of ideas" (1961)



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