by Jesús Morales Serrano... Con la tecnología de Blogger.
viernes, 14 de septiembre de 2012

La Matrioska

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   Así empezó todo, fue el once de septiembre de 2012, ese día se cumplía con el undécimo aniversario del atentado terrorista que colapsó la ciudad de Nueva York e impactó al mundo. Once años más tarde amanecía fresco en Barcelona aunque el día se caldearía en las horas centrales, no abandonaba el verano a la Ciudad Condal, en el transcurso de la tarde fueron llenando las calles varios cientos de miles de personas que abrazando la Señera o la Estelada festejaban la Diada Catalana. Desde luego los hechos que se produjeron el martes pasado no representarían la trascendencia mediática que arrastró la caída de las torres gemelas, pero quizás... y esto es lo que hoy escribo y no concluyo, daría origen a algo que llevaba dejándose oír durante mucho tiempo en todos los rincones de España, y hasta en algunos del extranjero, un grito mudo que ahogaba las esperanzas de los que alguna vez hemos creído en la unidad del país. Un grito que clama la palabra Independencia.

   Independencia. Trece letras e infinitas connotaciones, empezamos.

(...)

   Como tantas otras veces he vuelto a empezar por el final, será por esto de la insoportable incertidumbre que entraña todo desenlace. El comienzo, sin embargo, es tan antiguo que he de barrer todo el siglo XX, hasta llegar a la moderna y segunda República Española, donde sin encontrar firmes referencias a la descentralización, se perfilan los estatutos de las comunidades donde el germen nacionalista había brotado con más éxito, coincidían, dicho sea de paso, con aquellas que compartían otra lengua diferente al castellano (Catalán y Cataluña en el '32, Euskera y País Vasco en el '36 y el Gallego en Galicia que no llegaría a ver la luz, tras los avatares de la guerra y la cara puesta al sol).

   Después de la guerra llegaría el Caudillo Franco (inciso: a menudo le llamo Comandantín, tras ver uno de esos vomitivos debates del sábado noche en telecinco en que una María Antonia Iglesias histérica aseguraba que debía ser recordado por su mote original, un juego de altura entre dos gigantes de nuestra historia, yo la creo). Volviendo al tema, el general tenía mucho miedo a la idea de la descentralización, no hablemos del federalismo (o de la democracia, la división de poderes, el Estado de Derecho, los derechos humanos...) y es por ello que creó un lema sencillo y de fácil recuerdo: Una, Grande y Libre.

   Pero el eslogan era falaz. España ya no era grande, se habían perdido los bastiones americanos y asiáticos, y el Marruecos español se entrega en el '56. Los nostálgicos que recordaban el siglo aquél en que el Imperio no veía ponerse el sol se acostaban en la penumbra de la franja horaria GMT +1. España no era libre, huelga decir más. Y pese al camuflaje del dictador, España no era una, nunca lo había sido (recordemos que el Reino no es sino la asociación de los históricos de Castilla, León, Aragón, Navarra y Granada) y nunca lo sería, pues en su seno vivían y viven muchas personas de diferentes sensibilidades que no obedecen a cánones prefabricados, ni sentían ni sienten lo mismo al escuchar el himno ni ver ondear la rojigualda. 

   Reconquistada la democracia, las reglas del juego se ven modificadas, los españoles ratifican una Constitución, que natural e inmediatamente se convierte en suya, y que conlleva la aceptación de figuras tales como la Corona (extinta desde el '31), el nuevo y divertido Estado de las Autonomías, el Tribunal Constitucional o un buen catálogo de derechos. Por entonces las apagadas esperanzas nacionalistas en los territorios catalán y vasco vuelven a despertarse, pero siguen diferentes cauces. Mientras en País Vasco el nacionalismo emulará los pasos de Irlanda en su lucha por la secesión, derramando por el camino muchísima sangre (la sangre inocente siempre es excesiva), Cataluña se amoldará con más comodidad al humilde estatus regional a la espera de absorber el suficiente poder, vía democrática, para alcanzar un respaldo social considerable que levante de la comunidad un Estado, para el caso se aprecian similitudes al independentismo de Quebec en Canadá o Escocia en Reino Unido.

   Hoy mucha gente critica a placer el Estado de las Autonomías, y aun con sus evidentes desperfectos, no seré yo quien venga a subirme al carro. El hecho de crear identidad de región, fomentar la cultura y la lengua propias, madurar la costumbre en la innovación del presente, hubiera sido impensable sin la rica participación de las diecisiete comunidades. Ahora bien, es evidente que el objetivo de la Asamblea Constituyente no era, y no cabe otra interpretación, abrir las puertas a la segregación de estas regiones del Estado, de ahí la redacción de los artículos dos (indisoluble unidad de la nación) y ciento cincuenta y cinco (suspensión de la autonomía).

   Concluyo el enredo volviendo al presente:

   Después del Once de Septiembre y, como suele ocurrir después de una profunda tormenta, impera una calma tensa y enrarecida ante la previsión de futuras precipitaciones. El presidente de la Generalitat, Artur Mas, no perseguía en origen la consigna independentista sino la formación de un nuevo Pacto Fiscal que cambiase el modelo de financiación autonómica (por el que Cataluña paga más de lo que recibe). En una estrategia netamente política invitó a la ciudadanía catalana a la congregación el día de la región aullando por la independencia, tan temida en Madrid, como instrumento de presión al Presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, de cara a su visita del 20 de septiembre.

   La estrategia, a tenor de la respuesta ciudadana (se estima en un millón y medio de personas) habría sido todo un éxito. La pelota está en el tejado de Rajoy y todo apunta que va a necesitar un par de paraguas si no resuelve la cuestión con más celeridad de la que nos tiene acostumbrados, pues de un lado, si atendemos exclusivamente a la formación del Parlament catalán, el referéndum podría saldarse con una victoria aplastante del Sí a la independencia (entre un 60 y un 70% de los sufragios) y de otro, las elecciones vascas previstas para el 21 de octubre auguran una victoria nacionalista reforzada con los independentistas de Sortu. Sin lugar a dudas puede desatar una oleada separatista sin parangón en la historia reciente.

   De formalizarse la independencia catalana y/o vasca se constataría que la descentralización que tan bien estaba funcionando en otros países de Europa y América no ha cuajado del mismo modo en España y, en el caso hipotético, forzaría la desaparición del país. Si éstos u otros territorios salen del Estado el espacio que hoy conocemos como España podrá seguir siendo así llamado, pero técnicamente designará una nueva realidad.


   Precisamente porque España no era Una, sino porque España son Muchas he querido titular a la entrada La Matrioska, la famosa muñeca rusa que al abrirla deja ver otras más pequeñas en su interior. Siempre he creído que nuestro país, más allá de diferencias geográficas, escondía una inmensa diversidad ideológica y social que la convertía en un país plural de puertas castellanas y ventanas mediterráneas abiertas a la convivencia de sus gentes, lo que es (sin necesidad de aditivos) tremendamente sano.


Una preciosa Matrioska rusa, hallada en el tumblr. "The Yellow Kite"
 

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