by Jesús Morales Serrano... Con la tecnología de Blogger.
lunes, 12 de diciembre de 2011

Micro imperio

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   Mírale y mírale sin vergüenza. Quizás no lo sepas pero su orgullo es la envidia que cree despertar, su mejor obra haber construido castillos en el aire, vacíos de cualquier atisbo de sentimiento y emoción. 

   No es una cuestión de odio, aunque su mirada altiva sea capaz de fundir el hielo, romper el cristal y partir el acero. Su cuestionable valía deja paso a una ignorancia tan grande que le permite creer que al morir será recordado por un talento que no existe.

   Vaya por delante que no pretendo abanderar un tópico, desde luego estúpido, que consigne la humildad como condición suficiente para el talento, aunque quizás sea condición necesaria, el talento (como la humildad) no deja de ser algo absolutamente innato.

   Y dónde vive, te preguntas. Allá donde crezca más verde la hierba y los frutos nazcan más gordos y sabrosos... O al menos así lo verán sus ojos, lo olerá su nariz, y lo degustará su boca. No permitas que te engañe, es uno más entre los siete miles de millones de personas que se despiertan cada mañana, con un café en la mano dispuestos a empezar la jornada. 

   No, no hablo de nadie en concreto... sino de algún tipo de monstruo, uno capaz de devorar el alma donde empezó a gestarse un tímido y maldito día en que el cerebro pedía algo más.

   Probablemente sea el menos indicado para escribir algo como esto, o puede que todo lo contrario pues, durante mucho tiempo (puede que aún hoy) he conocido a ese monstruo, le he dado cobijo y puesto límites, seguramente ignorando el desprecio que despertaba, tampoco me importaba ni me importa... Si quieres mi opinión, te diré que me mantengo irreductible en la creencia de un mínimo necesario de amor propio, las personas que se amparan en la falsa modestia merecen tan poco respeto para mí, como los descritos anteriormente. Es más, podría decir que comprendo mejor a los primeros, porque se entregan sin ambages movidos por un espíritu más o menos absurdo, que a aquellos que se esconden en la simulación y el autodesprecio. 

   Al vanidoso, sin embargo, le avala un cerebro que le juega malas pasadas, una severa distorsión de la realidad, que aún cuando se apoya en cierto grado de objetividad, siempre (y subrayo siempre) se ve enaltecida por la prepotencia ya descrita. 

   Es uno de los siete pecados capitales, y también es mi favorito. Quien inventó los siete pecados debía ser un ingenuo o un cínico... todavía no estoy seguro. Hay pocas enumeraciones que describan mejor los impulsos más bajos que toda persona sentirá a lo largo de su vida. Rechazarlos como socialmente inadecuados es, bajo mi punto de vista, un puritanismo y una estupidez.

   Seguramente la persona que quiero describirte no tenga nada que ver conmigo ni con cualquier otro que alguna vez se ve picado por el incisivo aguijón de la soberbia. Es un ser ordinario que ha erigido su vida en un imperio del cual es el único gobernador, expulsando de la corte a cualquiera que se atreva a respirar en su compañía, a compartir el aire. Por desgracia el mundo gira a otro compás, y cuando se levanta de su trono y aprecia la enfermedad que le corroe, suele ser lo suficientemente tarde como para que al gritar alguien pueda escuchar su voz ajada y humilde, nuevamente, humana. 


Las manos de la pianista Sylvia Torán.

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