by Jesús Morales Serrano... Con la tecnología de Blogger.
domingo, 30 de marzo de 2014

¿El final de una España es el principio de otra?

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   Volvía el mal tiempo a Madrid. Después de unos días espléndidos, preludio de primavera, la radiación del sol empezó a desteñir ante el rubor de las nubes y el viento. Siempre he creído (y no es cierto) que a la muerte le gusta ir de la mano de la lluvia, quizás es porque a mí sí me gusta la lluvia, la percibo sensata, y creo que desenlaza con retórica dignidad la vida humana.

   Fue a las doce del mediodía más o menos, estaba sentado frente al televisor esperando impaciente el sorteo de la que, según los medios, sería la mejor Champions de la historia. Los ochos equipos de fútbol que se reunían en cuartos aparecían como lo más granado del continente europeo por haber llegado a ese escalón de la competición como cabezas de sus respectivos grupos y, entre ellos, el Atlético de Madrid del Cholo Simeone me va reconciliando con ese deporte humilde, de domingo por la tarde, que nunca debió erigirse en Midas ni en cómoda morada de la ignorancia popular.

   Debió ser la pulsación de un tuit la que en cuestión de segundos inundó mis ojos con un torrente de información acerca del estado terminal de Adolfo Suárez. 

   48 horas, ése era el miserable plazo de vida que restaba al primer Presidente de la Democracia en la mediodía del viernes según el equipo médico de la Cemtro. Su hijo Adolfo, conteniendo el llanto, narró el curso de los acontecimientos y concluyó diciendo sentirse feliz viéndole sonreír por última vez. Y es que no hicieron falta funerales, honras, cortejo ni bautizos para resultar conmovedoramente humano, puede que nunca nadie organice públicamente una mejor despedida a su padre que la que le brindó aquel día su hijo.

   En ese momento vino a mi memoria una noticia que creí haber leído en el diario El País esa semana y que traté de reconstruir mentalmente acerca de su último ingreso hospitalario. Hacía mucho que no se escribía nada sobre la enfermedad degenerativa que hizo de él un ser frágil hurtado de los recuerdos de cuanto había hecho y había sido. La muerte de Franco, la entrada en vigor de la Ley de Partidos, los atentados de Atocha, la legalización del PCE, el "puedo prometer y prometo", las primeras elecciones democráticas, la Constitución, el terrorismo de la ETA y los GRAPO, los grandes acuerdos de Estado, su dimisión, el golpe, el CDS, su adiós... volutas de humo desprovistas de significado para su protagonista Hay quienes afirman que el Presidente murió el día en que lo hicieron su mujer y su hija y que el Alzheimer llegó como un mecanismo de rendición y rebeldía.

   Quizás Adolfo Suárez no fuera tan gran político cuanto magnífico constructor. Ideó y edificó los cimientos de una democracia inmadura tras haber sido arrasada por la guerra y la dictadura. En el tiempo convulso de una España con miedo y aún acallada por los retraimientos morales de la represión y la censura, él alzó la voz con la fuerza que le daba ser el elegido por el Rey (en su auténtica hazaña como Jefe del Estado) y por el pueblo para decir lo que nadie podía y representar con orgullo el tiempo de cambio, pues ni siquiera el monarca en esto de la legitimidad se asemejaba al otrora Secretario General del Movimiento.

   El problema de los proyectos acabados es que uno nunca sabe cuánto van a dar de sí. Por definición todo lo que nos rodea es finito, lo era el inspirador de la Carta Magna y seguramente lo será también su obra aun cuando formalmente se inspire en la idea de perpetuidad. La evolución social que hemos vivido en los últimos cuarenta años no tiene parangón histórico, el desarrollo de una ciudadanía mejor formada, con un constante acceso a la información y la cultura, la composición de sociedades multiculturales que reniegan vivir de espaldas al mundo y que necesariamente se impregnan de las corrientes de pensamiento y comportamiento que circulan por la Tierra, supone que los instrumentos jurídicos de organización social que eran válidos en los años de la Movida probablemente no lo sean en el de las Nuevas Tecnologías. Somos más, estamos más formados y tenemos diferentes inquietudes, temores y reflexiones. A diferencia de lo que ocurría entonces nuestra vida en comunidad se exhibe mucho más necesaria que peligrosa, hemos aprendido a trompicones qué es el respeto y, derogado el lenguaje dogmático, la mayoría de los dilemas morales se explican casi por completo en la esfera de cada individuo. Con todo, Europa sigue acarreando viejos lastres del XIX y a menudo se despierta enmarañada en el debate transfronterizo, por cierto bajo la apariencia de un humanitarismo impostado.

   Me atrevo a pensar que España no salió de la transición con la llegada al poder de un gobierno socialista ni con el fallido golpe de Tejero como pudieron concluir los libros de historia. A pesar de su anexión al mundo globalizado nuestro país ha mantenido un sistema rústico que, diseñado fundamentalmente para escapar del hedor a cloaca de mediados de siglo, agrada al hombre conformista y asfixia al más ambicioso, un sistema en que no culmina la idea de igualdad entre iguales. Un sistema de transición.

   Con la muerte de Suárez se presenta la oportunidad y hasta es posible que la obligación de cerrar el ciclo que él mismo comenzó, sólo que esta vez queda en manos de los ciudadanos, auténtico motor del país, implicarse en el desarrollo de un nuevo modelo de convivencia que tenga presente el consenso como entonces e igualmente diseñado, como la vida, para la transición; otros vendrán que harán lo mejor para las circunstancias y el tiempo en que existan.

   Y mientras el televisor, al que había dejado de hacer caso, anunciaba nuestro cruce con el Barça, me quedé reflexionando sobre la figura de aquel hombre con algunas lágrimas que empezaban a deslizarme las mejillas, y pensé que yo era estúpido porque ni siquiera lo había visto gobernar y no podía cuantificar la valía de sus aciertos y sus errores, pero sentía gratitud, por razones bien distintas a las de su hijo, pues él había hecho todo lo necesario para que yo pudiera escribir hoy estas líneas, en libertad y sin ira.


   (...)
  

   Antes de la votación y mirando más allá de las paredes del Congreso franquista, trajo a colación unos versos del poeta Machado, exiliado en la Guerra Civil, con los que atravesó el corazón de su pueblo:


Está el hoy abierto al mañana, 
mañana al infinito.
Hombres de España:
Ni el pasado ha muerto
ni está el mañana ni el ayer escrito.





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