by Jesús Morales Serrano... Con la tecnología de Blogger.
miércoles, 13 de junio de 2012

Tonta canción de Eurovisión

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   Como cada mes de mayo, Europa volvió a congregarse a la caída de una tarde de sábado celebrando el festival musical más célebre de su historia. Probablemente una de las mejores representaciones de la unión cultural que se vive en el continente.

   La trayectoria del festival, que cuenta ya más de cincuenta años, es de hecho el reflejo de la realidad que ha ido transformando a Europa hacía una mayor integración y apertura en las fronteras. Así mientras en los primeros años de vida de Eurovisión, la participación era casi exclusiva de los más occidentales, la caída del muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética y de Yugoslavia, se resuelven en una pluralidad de participantes, lo que ha obligado incluso a deslindar la final de varias semifinales previas en que se criban los países que presentan mejores propuestas de cara a la edición de ese año.

  Puede que fuera con las semifinales, o incluso mucho antes con la aparición del televoto, cuando los pueblos de toda Europa fueron espectadores de una evolución del certamen, que para muchos supone la degeneración de su esencia. Se habla de la politización del voto, aunque la realidad hoy en día no es sino su reparto por criterios esencialmente migratorios y, desde luego, geográficos.

  La implantación del Big-Four en 2000, cuatro países que por contribución a la UER permanecerían ajenos a las semifinales, salvo en el ejercicio del voto (yendo directamente a la final con el anfitrión) debió disgustar a la inmensa mayoría de países (más de cuarenta) que habrían de pelear su plaza en la final mientras Alemania, España, Francia y Reino Unido (hoy también Italia) la tenían garantizada. La reacción generalizada fue precisamente un rechazo masivo a estos países, que lo tenían y tienen más fácil, y un colegueo de votos sobre todo en el este europeo. Así en el año 2006 las cuatro últimas posiciones las ocupaban, cosas del azar y los gustos musicales, estos países.

  Avanza el formato y en el año 2008, Reino Unido disconforme con su plaza (la última de ese año) exige a la UER una devolución del voto a los jurados profesionales. Hecho que con más o menos acierto ha conseguido devolver esporádicamente el éxito a los estados finalistas perdedores. Alemania ganó en 2010.

   Hasta aquí no hay ninguna duda, y parece que la única solución que palia el conflicto es presentar un gran tema, como ha hecho este año Suecia (ganadora de 2012) para romper definitivamente la barrera territorial, política o sistémica que presenta el festival, seguramente no sólo con la votación popular sino muy probablemente con la valoración profesional.

  El problema, y lo que me empuja a escribir una entrada sobre Eurovisión, que por lo demás puede resultar bastante aburrido... no es sino lo acaecido este año en Bakú, la capital de Azerbaiyán, ganadora en 2011.

  Y es que saltó a todos los diarios la noticia de un fallido ataque terrorista en la sede del festival durante la celebración del mismo. Este hecho aparentemente aislado, viene a jugar con una serie de acontecimientos y declaraciones posteriores que nos obligan a abrir los ojos sobre quién y cómo se juega en un programa en que se estudia la mejor canción y que esconde el acercamiento de las gentes de Europa.

  Azerbaiyán aparece como un país autoritario, de escasas posibilidades democráticas y generalizada corrupción, así lo califica la británica The Economist. País mayoritariamente musulmán y muy distante en espacio y cultura del continente, mantiene vivos los lazos que lo ataban a la antigua Unión Soviética, alineado a Rusia en la Comunidad de Estados Independientes. Hasta no hace mucho era considerado un país asiático o euroasiático, pero parece que las Comunidades Europeas tratan de acercar fronteras a países como éste, así también Armenia, Georgia y Kazjistán.

  Con este cartel, y teniendo en cuenta el criterio que utilizan los miembros para votarse entre sí en Eurovisión, resulta cuanto menos sorprendente que no haya bajado de los cinco primeros puestos desde 2009, comenzando su andadura un año antes.

   El olor a pólvora que debió dejar el frustrado intento del ataque terrorista no era la única preocupación de su gobierno esa noche. Salta a la luz una posible táctica que explicaría el éxito de Bakú, consistente en la contrata de empresas que se movilizan hacia países pequeños, donde es más fácil mediatizar el sentido del voto (así en Malta o en Chipre) repitiendo excelentes resultados, aun sin mediar el apoyo de ese jurado profesional.

  Lo que aparecía como un rumor va tomando forma, y estos pequeños países ya se han pronunciado, en informes que dejan caer el "fraude" en el torneo. La respuesta (por otra parte, de los perdedores como Francia) no se ha hecho esperar y se reclama un mínimo democrático para entrar a participar en el festival. Esto es lo que venimos llamando mezclar churras con merinas. Quiero recordar al lector que, si bien es muy probable que Azerbaiyán presente la estructura de un país dictatorial, no es menos cierto que España alcanza sus éxitos en los sesenta en que gobernaba el general Franco. Ello no debía impedir a nuestro país o al suyo participar en un concurso en que se premia el mejor tema, en términos netamente artísticos. Mezclar este problema con el de televoto es muy serio, porque uno afecta a las bases del concurso y el democrático a su legitimidad como gobierno. Es evidente que el segundo excede al festival. La reivindicación democrática, desde luego loable en cualquier foro, debería inscribirse en relación a la implantación de suficientes medidas de seguridad a quienes acuden a la sede a disfrutar de las músicas europeas.

  Mientras tanto en España (ajena a la polémica) se sigue celebrando una décima posición de Pastora Soler que brilló en el escenario de Bakú y, no exenta de críticas, recibió un gran dato (97 puntos). Aunque desde luego muy distante de los primeros puestos (los 372 de la ganadora Loreen).

  También aquí la nitidez de los resultados nos devuelve a la realidad en que se mueve el concurso, la mayoría de los países que reciben mejores puntuaciones (salvo la ganadora) se encontraban en la mitad oriental antes de la caída del muro de Berlín.



(...)

   Para acabar, he aquí una de mis teorías absurdas: este certamen, así como otras muchas competiciones sobre todo en lo deportivo (valga de ejemplo la Eurocopa, que se juega estos días) están sirviendo para dar a conocer a los europeos quienes son sus vecinos o cuán extenso es el continente, lo que no siempre está claro. Desde luego dicho acercamiento trasciende de lo social/cultural a lo político con el avance de una Unión Europea con vocación imperialista o de macro-potencia (en julio de 2013 acogerá a Croacia, y algunos apostamos que quizás también a Islandia). Pero es importante que ralentice sus pasos mientras existan estados que no se vean capacitados para hacer frente al sueño europeo.

   Podemos competir por la mejor canción pero no hay debate en la protección de los derechos fundamentales y la garantía del Estado de Derecho. Esto es una línea roja.

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